Si bien la creencia de la reencarnación se origina hace muchos siglos en la India (siglo VII a.C.), fue recién con el Budismo (siglo V a.C.) que ésta empezó a tomar más fuerza y adeptos. Según los creyentes, la reencarnación permite que una vez que una persona ha muerto, su alma pueda migrar a un nuevo cuerpo para empezar una nueva vida, es decir, pasando por ciclos constantes que le permitirían morir y renacer y convertirse en nuevos seres.
Tanto griegos como romanos la adoptaron posteriormente como una creencia que les permitía inmortalizar su grandeza; además de brindarles una solución perfecta a todo aquello que no podían entender ni explicar.
Muchos de los grandes filósofos que tuvo Grecia en aquel entonces se convirtieron en grandes adeptos de esta creencia, las mismas que sirvieron para reforzar sus pensamientos más atrevidos.
Se piensa que cuando los antiguos veían transcurrir los ciclos del sol y de la luna, así como los planetas, las estaciones del año y, en general, cuando veían a toda la naturaleza renovarse, pensaron que eso mismo debía darse en el ser humano luego de expirar.
Pero se sabe que esta reencarnación tiene que ver mucho con la forma en que nos comportamos en la vida que dejamos, ya que de ello dependerá lo que nos toque vivir en la siguiente.
Se dice que aquel que ha acumulado un buen karma durante su existencia reencarnará en un ser superior, mientras que aquel que no lo tiene se convertirá en un ente inferior como un animal o un insecto.
Si esto es así, siempre tendremos dos interrogantes: ¿Quién fuimos en la vida pasada y quién podremos ser en la siguiente?
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