Acostumbrados a ver las imágenes de un monstruo fílmico y televisivo, existen ideas equivocadas sobre la novela de 1818 de la escritora Mary Shelley: su 'Frankenstein o el moderno Prometeo', o simplemente 'Frankenstein' Aquí están algunas de las respuestas a esos mitos sobre Victor Frankenstein, el creador del monstruo.
¿Es el Doctor Frankenstein un médico de verdad?
En realidad Victor Frankenstein no es médico ni se le menciona como tal en ninguna parte del libro. De hecho, la palabra 'doctor' no figura siquiera una vez en el texto de Mary Shelley, aunque hay que reconocer que la mayor parte de las investigaciones de la época se realizaba por médicos, en un momento en el que todavía no existía la moderna separación posterior entre las diversas ramas de la ciencia. A Victor le apasiona la anatomía, en su búsqueda de lo que él mismo denomina 'el principio de la vida'.
En todo caso, el concepto de 'Doctor' Frankenstein habría que buscarlo en las películas posteriores que, casi cien años después de la publicación de la novela, comenzaron a distorsionar su figura hasta convertirlo en un moderno doctor en medicina.
En todo caso, el concepto de 'Doctor' Frankenstein habría que buscarlo en las películas posteriores que, casi cien años después de la publicación de la novela, comenzaron a distorsionar su figura hasta convertirlo en un moderno doctor en medicina.
En el libro, Victor Frankenstein es un joven suizo, concretamente de la entonces República de Ginebra, que apasionado por el estudio se traslada a la universidad germana de Ingolstadt. Allí, tras diversos escarceos en diferentes ámbitos del conocimiento, descubre una verdadera pasión por la filosofía natural (lo que actualmente serían las ciencias naturales).
¿Es cierto que fabrica su monstruo con cuerpos robados de cementerios?
Efectivamente, el monstruo creado por Victor Frankenstein estaría conformado con restos de seres humanos, e incluso de cadáveres de animales: 'La mayor parte de los materiales me los proporcionaba la sala de disecciones y el matadero', asegura él mismo en la novela.
El propio científico confiesa, aunque en una única frase de todo el libro, haberse convertido en salteador de tumbas en su búsqueda de restos. La pasión desatada a finales del siglo
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